¡Bienvenido 2022!

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¡Que se acabe el año, que se vaya ya!… es la letanía que más se escucha en el día de hoy. ¡Vaya año! Pasa en el 2021 y pasó en el 2020. ¿Pero de verdad os acordáis de lo que pasó en el 2020? Ese sí que fue para olvidar, un año casi en blanco que todos recordamos muy bien.

Y aun así estamos ante otro fin de año, ante el abismo de uno nuevo. La emoción de qué pasará, qué nos traerá. Mariposas en el estómago (por lo menos yo) y los nervios de estar viviendo algo grande. Vale, igual soy un poco sentimental, pero a mí me emocionan los cuartos, las campanadas, las uvas “atragantás” y las lágrimas que asoman tras las doce de rigor.

Pero antes que todo esto ocurra, ¿qué ha pasado en el año qué dejamos? Una de las palabras que más se repitió fue reinventarse, había que reinventarse tras el confinamiento porque el mundo iba a cambiar. Confieso que yo no me reinventé, preferí adaptarme a la nueva situación. Y sí, también confieso que tampoco, durante el confinamiento, limpié armarios ni la cocina, simplemente intenté hacer cosas que me gustan como leer. Leí mucho, y compré muchísimos libros que me han ayudado a ser mejor como persona y como profesional.

Picos de Europa

Ayudé en la medida de los posible a pequeñas queserías que lo necesitaban. Y cuando acabó el dichoso confinamiento seguí ayudando. Descubrí que la gente quería seguir consumiendo queso, y lo mejor de todo, que muchos de ellos ya tenían más conocimiento sobre el producto.

Poco a poco se fue activando la vida, algunas veces a trompicones y otras con las ganas de bebernos la vida a bocanadas, con tanta ansiedad de recuperar lo que nos habían quitado que casi nos ahogamos en el intento. Y la economía también se activó con un verano en el que queríamos exprimir cada instante. Seguíamos consumiendo queso, abriendo nuevas tiendas, nuevos proyectos. Era un paso adelante, dos atrás o viceversa. No lo sé a ciencia cierta, pero sí que las ganas nos podían.

Hacer cualquier cosa que nos habían impedido durante esos meses era un ejercicio de libertad que nos inundaba, nos hacía feliz. Y otro paso atrás.

Llegó la campaña de Navidad, sin duda la mejor para la venta de quesos y otra ola aún más contagiosa. Aún así, y con los datos que tengo, ha sido bastante favorable para las pequeñas queserías y por ende para las tiendas. Ya somos profesionales sobre la tabla de surf y hasta los de tierra adentro nos manejamos de la mejor manera posible.

Nuevas queserías, nuevas ilusiones que a todos nos contagia para seguir en este mundo. Porque hay que ser muy romántico para seguir.

Llega el 31 de diciembre y tengo que hacer balance del 2021. No, no voy a decir nada en su contra porque considero que ha habido mucho que agradecer. Todos los años lo tienen y aún así los despedimos con la esperanza que el siguiente seremos ricos, seremos más guapos y a veces seremos mejores. A estas alturas me conformo con ser yo misma y mantener los principios que me rigen: trabajo, honestidad y paciencia.

 

Sinceramente dudo si hemos salido mejores de esto visto lo visto. El sector primario, el que nos da de comer sigue en condiciones precarias y actualmente en la calle protestando. Los que te deben facturas siguen sin contestar al móvil y abren nuevos negocios con otro nombre y la crispación política está en niveles nunca visto. No hablo de los precios porque aquí no procede.

Mañana habrá concierto de Año Nuevo y volveré a emocionarme con la marcha Radetzky mientras aplaudo a las órdenes del director de orquesta de turno como si estuviera en el Musikverein de Viena mientras se me escapa alguna lágrima.

Con atrevimiento os sugiero que hagáis lo mismo, emocionaros cada día del año que comienza con algo, pequeño o grande. Es la mejor manera de sentir y saber que estamos vivos. ¿Qué más se puede pedir? Ah sí, comer más y mejor queso artesano.

 

¡Feliz Año 2022!

 

 


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